Los tesoros de Naylamp | ||||||
La región Lambayeque se encuentra en la costa norte del Perú y es una de los territotrios con mayor historia y valor en el proceso de la cultura peruana. El departamento comprende 3 provincias: Chiclayo, Lambayeque y Ferreñafe, cada una tiene como capital la ciudad de su nombre. La leyenda dice que un personaje llamado Naylamp, arribó con un gran séquito al valle en una balsa, portando un ídolo de piedra de color verde, llamado Yampallec de donde viene el nombre de Lambayeque. Después de tantos años, la historia se transforma y adquiere la fisonomía de la leyenda, en la que la verdad se diluye a través de versiones que añaden elementos fantásticos o heroicos que terminan por contarnos otra historia, otra visión. En los territorios desérticos de la costa norte crecieron hombres y mujeres que levantaron con sus manos, día a día, ciudades y campos, huacas sagradas, en las que habitaban los antiguos dioses y los sacerdotes sabios. Aprendieron el arte de la cerámica y la orfebrería, dejando muestras de su talento y capacidad de retratar lo cotidiano. A pesar de la depredación de tales riquezas perpetrada desde los saqueadores españoles hasta los huaqueros modernos, las muestras recuperadas y puestas en valor nos asombran por su calidad y por la manera de informarnos acerca de su trabajo, su historia, sus creencias. Pero no se trata de muestras de un pasado remoto y perdido. Recuerdo que con mi querido amigo y colega, el profesor Fernando Ruiz, anduvimos unos días en Chiclayo dictando un curso. Una noche, caminábamos para ir a comer, cuando una muchacha de unos 17 años, con todos los rasgos de una pobladora Tallán, cruzó por el centro de nosotros. Ambos la miramos y la seguimos con la vista hasta que Fernando y yo nos dimos cuenta que hicimos lo mismo. No se trataba de piropear a una bella muchacha. La belleza de esta niña era extraña pero de alguna manera sentimos que ya la conocíamos. Casi al mismo tiempo nos preguntábamos por ella. Y la respuesta fue la misma: era la figurina de Frías del Museo Brunning, imagen y escultura que siempre nos llamó la atención. Confirmamos al día siguiente que la representación de la Venus de oro era exactamente igual a la muchacha chiclayana que nos cautivó. Esa constatación nos llevó a reflexionar acerca de la historia del antiguo Perú. Nos dimos cuenta que los museos, como el del señor de Sipán o el de Brunning, no son reliquias inmóviles de un pasado extraño, sino el rostro vivo de lo que somos hoy y de dónde venimos a lo largo del tiempo. Lambayeque está lleno de espacios en los que las sombras y fantasmas del pasado, se conjugan y viven hoy, como si fueran vecinos cercanos. Por eso sobrecoge mirar la tumba y los tesoros del señor de Sipán, la mirada fulgurante de Ai- apaec, el dios decapitador de los antiguos habitantes de estas tierras, con sus cabezas-trofeo alrededor de su cintura, pero enjaezados los ojos con turquesas bellísimas. Los diseños de las joyas son tan bellos y modernos que uno quisiera poseerlos para vestirse con tan finos tesoros. Es posible, claro, obtener réplicas en las tiendas del museo. La orejeras se convierten en aretes, los collares de Spondylus, los colgantes con la seguidilla de maníes, tallados finamente en oro y tantas otras bellezas que nos dicen de la calidad de los artistas que tenían magia en sus manos. Ronald PortocarreroRedacción |
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