Kenya y Keiko Fujimori y el robo del oro del Paititi
Testimonio* del padre Juan Carlos Polentini, Ex Párroco de Lares-Cusco, El Paí-Titi Padre Otorongo, Editorial Salesiana, Lima, 1999.
Horrible Final
He meditado mucho, he pensado profundamente, he dudado cobardemente si convenía hacer público lo que ahora con toda extrañeza ustedes van a leer. Lo haré con la menor cantidad posible de palabras. He juzgado que la verdad debe estar por encima de mis meditaciones, pensares y dudas, aunque me traiga problemas por lo abominable que ella pueda ser. Al final, tantos problemas he tenido en estos años pasados por causa del Paititi, que uno más le seguirá también dando más sabor a la vida.
Horrible Final
He meditado mucho, he pensado profundamente, he dudado cobardemente si convenía hacer público lo que ahora con toda extrañeza ustedes van a leer. Lo haré con la menor cantidad posible de palabras. He juzgado que la verdad debe estar por encima de mis meditaciones, pensares y dudas, aunque me traiga problemas por lo abominable que ella pueda ser. Al final, tantos problemas he tenido en estos años pasados por causa del Paititi, que uno más le seguirá también dando más sabor a la vida.
El Paititi ha sido un peso al cual muchas veces he querido descargar y dejar en abandono, y muchas veces lo hice, pero era una verdad tan manoseada y vilipendiada, burlada e ignorada que me exigía hacer algo para sacarla a la luz por el bien del Perú, y desagraviarla con la seguridad que me daban tantas confidencias sinceras oídas, y cosas vistas. Lamentablemente nunca encontré apoyo ni comprensión en los organismos y personas pertinentes al tema. Más bien encontré burlas, críticas, insultos, calumnias, juicios, codicia, intereses personales, engaños, deseos de riqueza fácil, y otra peor. Agradezco a los pocos que sí me han aceptado y colaborado.
Mi criterio personal era que algo tan serio, rico y con tanta historia desconocida debía salir a la luz desde la Presidencia del Perú. Traté de hacer gestiones en varios gobiernos, pero siempre el “no” y el papel de ridículo. Al Presidente Fujimori, al menos en cuatro ocasiones, le hice llegar documentación que sí recibió, una de ellas en propias manos en Calca en el Valle Sagrado de los Incas. Me dijo: “Padre, vamos a hacer la expedición”. Allí terminó todo. Tres años después me enteré del porqué. El, con toda prudencia consultó quién era ese cura que tanto lo importunaba con el Paititi, y la respuesta que recibió fue ésta: “Polentini y sus compinches son una colección de huaqueros”. Sin comentarios. Pecado mortal por calumnia agravada. Este informe perverso fue la causa de todo el desastre que vino después.
El año 1996 dejé el Cusco, y en Lima las “Hermanitas de los Ancianos Desamparados”, y bien desamparado que yo estaba, me dieron amparo y asilo en su Hogar de Ancianos de la Avenida Brasil, donde continúo mi vejez.
El año 1998 se me presentó en este asilo un alto funcionario de Discovery Channel proponiéndome hacer el descubrimiento del Paititi con todos los detalles como ellos lo saben hacer. Por supuesto que acepté, me dejó de regalo un televisor, y fue a realizar los trámites. ¡Qué le habrán dicho en el INRENA, el INC, y demás, contra el cura Polentini que nunca más volvió!
Gracias al apoyo y animación de la señora María del Carmen Rodríguez del Solar, para el mes de junio del año 1999 pude publicar el libro Paititi (Padre Otorongo). Sólo 180 ejemplares pues nadie aceptó colaborar. Pensé que al menos con eso no se perdería la investigación realizada. Y no se perdió. Allí daba las coordenadas de la ciudad, por supuesto con un pequeño error. Ya veremos qué pasó. Alguno de esos pocos libros cayeron en manos seguramente del famoso SIN y su jefe (Vladimiro Mostesinos).
Lo que sigue a continuación no es con animación política, ni deseos de acusación ni condenación. Es algo que ha sucedido en mi vida, y que pienso debo hacerlo público por el bien del Perú, para evitar en el futuro falsas apreciaciones, para ayudar en el discernimiento de la verdad histórica, y por mi propia reputación después de mi muerte.
Por el mes de julio o agosto del año 2000 leí en un periódico de Lima que la entonces señorita Primera Dama del Perú (Keiko Sofía Fujimori) había creado en la zona de la ciudad de Ica, y ya en la sierra, en un lugar con acceso sólo para helicópteros, una finca para cultivos sólo de exportación; y más adentro estaba instalando otras. Me llamó la atención la noticia que me pareció ridícula, y no le di importancia.
Por esas mismas fechas se perdió un helicóptero del Ejército que se dijo había caído patrullando la frontera con Ecuador, pero que fue desmentido por la guarnición militar del norte, ya que esa frontera no necesitaba ese patrullaje, y ellos no tenían helicóptero. Rápidamente los medios no hablaron más del tema.
Hacia mediados del año 2001 me llegaron comentarios del Valle de Lacco, de la comunidad de San Antonio, que durante muchos meses el año 2000 habían estado pasando a gran altura todos los días helicópteros de ida y vuelta, dos o tres por día. Que al principio les llamaba la atención, pero que después se fueron acostumbrando. Ese Valle de Lacco era parte de mi Parroquia de Lares, y muchas veces había estado allí en San Antonio en cumplimiento de mi labor pastoral como párroco.
No recuerdo bien la fecha, pero por el año 2002 un piloto de helicópteros, no puedo dar más datos, hablando con él, me decía que en los círculos de pilotos se comentaba que en el año 2000 Fujimori con cinco helicópteros se había robado el oro del Paititi, llevándolo al Japón. Y que uno de los helicópteros se le había caído. En otra ocasión alguien me comentó que ese operativo duró nueve meses. Y en alguna otra ocasión que ese oro había salido por Ica.
El año 2003, el mes de agosto dos turistas rusos que sabían de mi libro, quisieron conocer el Mantto. Hacía ocho años que yo no iba, y los llevé. Al llegar arriba casi me desmayo, un poco por el cansancio, 76 años tenía, y por ser una subida bastante parada, pero sobre todo por lo que vi.
Fruto del libro. Me dije entonces: es cierto lo que me dijo el piloto, que “Fujimori con cinco helicópteros se robó el oro del Paititi”…y también aquí en el Mantto, “por lo que veo”. Aquí está la prueba. Es cierto.
Había sido técnicamente bien huaqueado, saqueado. Y con explosivo. Una roca de unos dos metros y medio de alto por uno y medio de diámetro ya no existía. Había sido dinamitada. Donde ella había estado, aparecía como el brocal de un pozo de un metro aproximado de diámetro lleno de piedras dinamitadas. No sé la profundidad, pero supongo que allí haya salido su buena tonelada, o más. Había una especie de vereda como de un metro de ancho y unos ocho metros de largo de roca labrada. Todo dinamitado. ¿Qué estaría ocultando?: otras cuevas o grutas en la parte posterior de ese mural.
Por lo que pude ver, de allí han salido varios metros cúbicos de oro. Recordemos que un metro cúbico de oro macizo pesa 24 toneladas.
Terminado ese pillaje, toda la roca dinamitada había sido amontonada a lo largo de la base de esa roquería donde había estado la vereda, y en la que yo aparezco en una foto anterior. Y tapada con tierra, sobre la cual champas de gramínea del lugar para que al crecer todo quedara oculto. Pero la tierra se fue escurriendo, el pasto se secó, y aparecieron las piedras. El pozo lleno de piedras también fue tapado con tierra, que se fue escurriendo. Allí habían sembrado sorgo, quedaban unas diez plantas que aparecían entre piedras. Yo estuve allí tres años después del robo.
Lo peor fue que borraron el precioso mural histórico dejado por los Incas cuando su salida al Paititi. Quedan una o dos figuritas. Ese mural era un mensaje de despedida, el último, de los Incas. Había escenas de guerra, bailes, una cadena, los cuatro cuadrados del Tahuantinsuyo, catorce Incas, un círculo de triple raya…y lo borraron todo para no dejar huellas del robo. Cualquiera que vaya ahora al Mantto, sin haberlo conocido como era antes, dirá que allí nunca hubo algo. Lo que la naturaleza no pudo borrar ni destruir, ellos lo hicieron.
Los Incas cuando ocultaban estas cosas solían dibujar, como en un inventario, lo que allí habían colocado. ¿Y si hubieran estado allí las estatuas de oro macizo de los catorce Incas, de tamaño natural, que nunca se encontraron? ¿y la cadena de Huáscar? ¿y el disco del dios sol?...
¿Cuántas toneladas, aparte del valor históricos cultural infinitos perdidos?
Y allí, en la paccha del cerro de enfrente queda llorando a gritos la Mamá, tallada en la roca, con sus hijos, impotente y dolorida por el fracaso de su misión de custodiar el legado de los Incas. A ella no la pudieron destruir. Queda como mudo testigo.
En Choquecancha, hace ya 40 años, recogí la tradición de los ancianos de entonces que las estatuas de los Incas habían estado un tiempo en las hornasinas del muro junto a la plaza, mientras el Inca estuvo allí tres meses despachando los grupos que viajaban al Paititi, y escondían entonces tanto peso que no habrían podido cargar. Todo esto sucedió, según comentarios escuchados de los antiguos, mientras los españoles se ausentaron del Cusco para capturar a Manco Inca en Vilcabamba. Que este Manco Inca, en acuerdo secreto con Huainaapoc (Rey joven), hijo del otro Manco Inca, “segundo de este nombre”, y mayor, que había ampliado el Imperio Inca, hacía unos veinte años, hasta el Gran Paititi donde gobernaba, en la Sierra de Parecis, Rondonia de Brasil, según las crónicas. Este Huainaapoc pudo haber sido el Inca que estuvo tres meses en Choquecancha organizando las expediciones. Era hijo de este Manco Inca gobernante del Gran Paititi, y nacido allá.
Los que se fueron al Gran Paititi lo hicieron por el Collao, Tiahuanaco, Cochabamba, Pampa de Mojos, y siguiendo por el Gran Río (Río Grande en Bolivia), llegaron al Gran Paititi donde gobernaba Manco Inca (el mayor). En las márgenes de este Río Grande fueron quedando gran cantidad de estos fugitivos para cuidar que no pasen los invasores, y que luego recibieron el nombre de Guarayos, cuyos descendientes continúan viviendo en esas selvas. He conocido alguno de ellos, pues he vivido un año en Santa Cruz. Por entonces no sabía nada del Paititi. Justamente la ciudad de Santa Cruz tuvo su origen como campamento de organización para las expediciones que salían hacia la conquista del Gran Paititi. Pero nunca lo consiguieron.
¿Se podrá recuperar esa riqueza incaica?, ¿ya la habrán fundido?. Y los japoneses buenos ¿querrán cargar en el tiempo esta infamia?, ¿por qué “hijo predilecto” del Japón?
Después de estar en conocimiento personal de todo esto, tomé un buen mapa del Perú. Busqué con una regla la recta más corta para llegar desde el Paititi al mar, y esa línea pasaba por la ciudad de Ica. Entonces recordé la finca de la primera dama en las alturas de Ica, y las otras más de la última a un barco anclado en alta mar, sin testigos. El regreso con el combustible y víveres para los cargadores, que no serían peruanos fuera de los pilotos y mandos, sino de las mafias extranjeras. Si hubiera habido algún peruano engañado, seguro que ya no podría hablar.
Ubiqué en el mapa el lugar concreto de la comunidad de San Antonio de Lacco, y quedaba exactamente en el trayecto de la línea recta más corta hacia el mar. Por las cercanías de San Antonio pasaban los helicópteros.
Respecto del helicóptero caído, el último informe que recibí de fuente muy confiable, y dado desde la Comandancia del Ejército, es que había caído en Mameria, que sí está en la ruta de esa línea recta y terminando el territorio del Paititi. Muy cerca. A poco de haber levantado el vuelo. Lo amañado de ese informe es que decía que ese helicóptero iba desde a no sé qué mina de oro, llevando oro hacia Lima. Sí llevaba oro, pero no de una mina de oro inexistente o fuera de ruta hacia un barco.
La caída de ese helicóptero es lo que puso fin al operativo de nueve meses, y luego se sucedieron los hechos del gran escape y nerviosismo conocidos por todos. Tengo conciencia de la gravedad feroz de lo que estoy haciendo público bajo mi total y única responsabilidad y consecuencias. Anunciando, no denunciando, cosa que no me compete a mí.
Son las cosas tristes y horribles sucedidas como consecuencia de la publicación de mi investigación en el libro PAÍ-TITI, Padre Otorongo, en su primera edición de sólo 180 ejemplares. Y que las he constatado personalmente, comprobado y verificado en el Mantto. En esta segunda edición no he querido cambiar, ni añadir o quitar algo de aquella edición.
Soy testigo real real de cómo era el Mantto antes de ese infame operativo, y cómo quedó después. Y que ciertamente eso mismo, o peor, ha sucedido en el mismo Paititi. Ha sido el robo no del siglo ni del milenio. Es el robo de la creación de la humanidad.
¿Mil, dos mil, toneladas de oro labrado, artístico?
¿O más?
Nadie ha podido robar más que estos dos señores.
¿Cómo será una eternidad fritándose en un charco de oro derretido? Y con condimentos de mentiras, engaños…y cómplices.
Ojala que ahora entiendan de una vez por todas que el maravilloso Paititi existe, y que deben sacarlo a luz. ¿Será posible que los señores del INRENA, del INC, del proyecto PROM-MANU que operaban por aquellos valles, no se hayan percatado de lo que sucedía? ¿Cómplices? Seguramente que los geólogos y mineros nipones, y gobierno japonés tienen estudiados muy buenos proyectos para la explotación de esa fabulosa mina con la resurrección de la dictadura gobernando el Perú. Debe hacerlo el mismo Perú para el Perú. No la vendan, no la rematen, no la regalen.
Estados Unidos es un rico que está sentado sobre un banco de cientos o miles de toneladas de papelitos pintados de verde; el Perú es un pobre que está sentado sobre un banco de miles o millones de toneladas de oro. El Paititi es una mina que ha enriquecido a todo el mundo, menos al Perú.
Esta mina de oro de los Incas se puede trabajar sin ningún tipo de contaminación. Lavaban el mineral sólo con las aguas del río Choritiari, en la laguna cuadrada Parrime. Muy cerca de los grandes hornos de fundición y factoría. Esa laguna Parrime se conectaba con el centro de la ciudad Paititi a través de un túnel escalonado de más o menos un kilómetro de largo. La laguna ya no existe por causa del aluvión provocado por el derrumbe de la cascada. Era artificial. En ella se decantaba el oro que venía de la mina, y tenía para ello instalaciones de compuertas y otros. En ella quedaba lo más pesado, y lo demás en los canales que se aprecian en la foto después de la laguna. Todo esto ya no existe por el derrumbe de la cascada, sucedido entre el mes de setiembre de 1993 que el avión sacó esta foto y el año 1999 en que yo recibí noticias en que algo había sucedido con la cascada del Inca, pero quedó registrado en la foto del avión.
Sugiero mejorar la ley del Parque Nacional de Manu, para hacerla más realista, inteligente, nacionalista y más humana con los nativos y sus necesidades. Y que un grupo peruano la trabaje, despachando a sus países a todas esas empresas que están envenenando todo el Perú.
(*) Extracto del Capítulo final del libro “El Padre Otorongo”, del Padre Juan Carlos Polentini, que vive en la actualidad en el Hospicio de las “Hnas. de los Ancianos Desamparados” en la Av. Brasil, de la ciudad de Lima, capital del Perú.
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