Las explicaciones posteriores rara vez sirven de algo y normalmente no hacen otra cosa que reforzar la opinión inicial. Me refiero, cómo no, a la pintoresca definición que recientemente hizo el presidente de lo que él entiende por educación. En realidad no sorprende tanto el contenido como la oportunidad de esas palabras. Estamos, desde luego, habituados a sus extravagancias y a la perpetua confusión de nombres, fechas y lugares. Lo que mucha gente se pregunta es si tras estas osadías verbales, en las que el sentido común, la credibilidad y la razón son sometidos a un severo estrés, no se oculta más bien un propósito que la impericia oratoria.
Recuerdo una escena que pareció alcanzar el cenit de la impertinencia. Cuando en el salón Montt- Varas hizo referencia a este último como un ministro “ que quiso ser presidente, pero no lo logró”. Lo dijo así, al pasar y me pareció que no era posible catalogar ese exabrupto como un simple error o descuido. Me acordé de un proverbio antiguo ( no sé si árabe o hindú) que dice: en casa del ahorcado, no menciones la soga.
A un metro de su ministro de educación, que también trató en vano de ser presidente, ¿ qué objeto podía tener ese comentario tan lamentable?
Volviendo a la última joyita de la educación como bien de consumo, estoy convencido de que tampoco fue un accidente. Me parece más bien una especie de globo sonda que lanza al aire a ver cómo se recibe por parte del público. Total, todo el mundo está habituado a sus desatinos y pasará por otro chascarro.
Como sea y cuando sea, nos advierte en texto claro qué es, para él, la educación. Nos dice con desparpajo que la educación es un objeto que se compra en el mercado. Como una juguera, una lavadora o un celular. El objeto está disponible en diversos modelos y precios. Usted, como cliente, elige si quiere gastar poco o mucho, si quiere un Nokia por diez lucas o un iphone por trescientas. Mejor aún, si me da lata ser menos que mi vecino, compro para mis hijos EL teléfono y firmo doscientascuarenta letras, ya veremos cómo las pago.
Con esta folklórica definición da entonces por superado el asunto, ahora ya pasó el momento de las protestas y las tomas, llegó la hora de estudiar.
Los estudiantes se preguntan qué pasó con el cambio de ministro, el nuevo perfil que podría permitir un acercamiento, el inicio de una negociación, la posibilidad de llegar a un acuerdo. Pues, queda claro. El nuevo ministro no alcanzó a decir ni pío y ya le habían rayado la cancha: La educación es un bien de consumo y se compra como tal. Punto.
Ignora, al parecer, el problema de fondo. Los estudiantes quieren una reforma a fondo, el compromiso firme de iniciar un camino que nos lleve de vuelta de donde nunca debíamos haber salido: educación de calidad, gratuita y para todos. Como en Argentina, Brasil, China, Dinamarca, Finlandia, Grecia, Noruega y Escocia, por nombrar algunos. Otros la tienen también, de alguna manera limitada, como Sri Lanka y USA.
Está claro que la transición desde la situación creada por la dictadura y que sólo ha sido sometida a reformas parciales durante la democracia , hasta la meta de educación gratuita de calidad no puede ser realizada por obra de magia, de un año para otro. Nadie pide eso, por lo demás. Nuestra juventud es suficientemente inteligente e informada como para comprender un plan de transición que va a superar el tiempo de su propia permanencia en el ámbito de la educación. Lo que ellos reclaman ahora es un plan concreto y realista, que tenga metas parciales y plazos, factibilidad y voluntad política. Y que por ello, parta por definir la meta que queremos alcanzar. Y ahí llegamos al tema de fondo. El gobierno, mediante su particular lenguaje de los chascarros ha dicho con claridad que en ese sentido no quiere avanzar. La educación es un bien de consumo y se transa en el mercado. Se vende se compra, se alquila, se paga con intereses usureros, su calidad depende del precio, tanto pagas, tanto te educas.
El vocero y un ministro recién llegado trataron de explicar las palabras de su jefe, de amortiguarlas un poco, de hacerlas digeribles. Lo que quiso decir es esto otro. Vano y tardío esfuerzo.
La ciudadanía entendió clarito. Lo que quiso decir es lo que dijo. Es el punto de partida de cualquier negociación. Es posible que en el transcurso de ella se introduzcan algunas medidas que mitiguen en alguna medida el brutal propósito. La derecha siempre usará el mecanismo de la limosna. A algunos jóvenes de los sectores vulnerables – eufemismo por pobres – se les concedan becas si tienen buenos puntajes. Una nueva burla. Los colegios “vulnerables” sacan bajos puntajes porque reciben una educación mediocre, en el mejor de los casos. La educación actual es un motor de la desigualdad. Pobre – mal educado- dos veces pobre.Es verdad, hay excepciones. Un limitado porcentaje de niños vulnerables logra un puntaje adecuado para iniciar un proyecto de educación superior, pero es muy escaso y tiende a disminuir.
La educación, obviamente, nunca será gratuita. Es decir, tiene un costo. Pero ese costo debe ser sustentado por el estado, en cumplimiento de su deber de preocuparse de todos sus hijos, no sólo de algunos.
Su financiamiento es la segunda etapa de esta discusión. Lo dejaremos para más adelante, cuando hayamos, al menos, definido una meta y sus plazos. Hay muchas fórmulas, algunas han sido insinuadas por los estudiantes. Sólo hay que decir, por ahora, que sí es posible.
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