Las alzas anuncian
“motines del hambre”
Durante los primeros meses del año, el precio internacional de los principales alimentos registró, en promedio, una marca histórica, lo que generó inquietud en todos los organismos y agencias internacionales por las consecuencias que tendrán estas alzas globales en los precios internos de los alimentos de los países pobres y emergentes. La última gran alza mundial del precio de los alimentos había ocurrido en 2008, tras la explosión de la crisis financiera mundial, oportunidad en que estuvo impulsada por la especulación en los mercados.
Esta nueva tendencia al alza está reforzada por dos factores principales. La especulación, que además se expresa en otras materias primas como el cobre, el oro y, por cierto, el petróleo, y también el cambio climático, fenómeno que ha tenido consecuencias desastrosas por una ola mundial de sequías.
Desde comienzos de año los organismos internacionales se han caracterizado por sus severas advertencias en foros mundiales sobre los efectos sociales y políticos de las alzas. Entre esas voces vibró la del presidente del Banco Mundial, el estadounidense Robert Zoellick, que llamaba a los países del G-20, grupo formado por las principales economías del mundo, a colocar la alimentación entre sus prioridades. Lo que viene, según los estudios y previsiones del organismo multilateral, tiene matices oscuros: la tendencia alcista que ya se ha observado en materias primas como los minerales, se traspasará a los alimentos, por lo que será un año muy duro, dijo el alto funcionario, para los más pobres y aquellos en los límites de la desnutrición.
Un informe de este mismo organismo da una idea de la proporción de estas alzas durante los últimos meses. El maíz, la soya y el aceite de palma registraron aumentos de más de siete por ciento mensual durante el período septiembre-noviembre de 2010. Al tomar como referencia el año 2009, el precio internacional de los alimentos ha subido en promedio 30 por ciento y, en particular, los bienes agrícolas lo han hecho un 65 por ciento. Durante el mismo período, el precio de los metales y el petróleo han escalado en alrededor de un cien por ciento.
El alza en los precios de los alimentos no sólo hundirá en la pobreza y la desnutrición a decenas de millones de personas en los países más pobres, sino que creará una mayor inestabilidad social en un escenario ya de por sí muy inestable. Durante las alzas de 2008 hubo revueltas en varios países, entre ellos Haití y Filipinas, las que se repetirán casi con seguridad durante los próximos meses. Evo Morales ya enfrenta una situación delicada por el incremento de los precios de los alimentos, en tanto durante la última semana de febrero hubo masivas marchas en la India, empujadas por los mismo reclamos. La revolución en Oriente Medio tiene también un fuerte componente económico: no pocos analistas han atribuido el origen de las revueltas al malestar por la carestía de vida y las profundas desigualdades en la distribución de los ingresos.
Hay otro factor que ha impulsado al alza el precio de los granos. Es el uso de los alimentos para la obtención de biocombustibles. Durante los meses posteriores al crack de finales de 2008 hubo también una importante alza en el precio del petróleo, que derivó en la reactivación de varios proyectos de biocombustibles con su consecuente impacto en los precios de sus insumos. Un informe publicado en enero pasado por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos indicó que el inventario de maíz en el mundo cayó, el último mes, al punto más bajo en 15 años. Esto ocurre mientras la demanda del grano para elaborar biocombustibles y edulcorantes sigue en aumento. Ese mes, el inventario de maíz en Estados Unidos era apenas superior en cinco por ciento a la demanda del grano, el punto más bajo desde 1995. En 2005 el inventario superaba en 25 por ciento la demanda, de acuerdo con el Departamento de Agricultura.
Hace muy poco, Jacques Diouf, director general de la FAO, escribió sobre los motivos de la actual crisis alimentaria. “Ante todo tenemos la cuestión de la inversión: la participación de la agricultura en la asistencia oficial para el desarrollo (AOD) se redujo de 19 por ciento en 1980 a 3 por ciento en 2006, y ahora se sitúa en torno a 5 por ciento; debería alcanzar los 44 mil millones de dólares por año y volver al nivel inicial que permitió, en el decenio de 1970, evitar la hambruna en Asia y América Latina”.
El otro factor está relacionado con el comercio internacional de productos agrícolas, que no es ni libre ni justo. “Los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) proporcionan un apoyo equivalente a unos 365 mil millones de dólares anuales a sus agricultores, mientras que las subvenciones y protecciones arancelarias a favor de los biocombustibles tienen el efecto de desviar unos 120 millones de toneladas de cereales del consumo humano al sector del transporte. Las medidas sanitarias y fitosanitarias unilaterales, así como los obstáculos técnicos al comercio, suponen un freno para las exportaciones y, en particular, para los países en desarrollo”.
Por último, está la desmedida especulación por la liberalización de los mercados de futuro de productos agrícolas, en un contexto de crisis económica y financiera. “Estas nuevas condiciones han permitido la transformación de los instrumentos de arbitraje del riesgo en productos financieros especulativos que sustituyen a otras inversiones menos rentables”.
Esta nueva tendencia al alza está reforzada por dos factores principales. La especulación, que además se expresa en otras materias primas como el cobre, el oro y, por cierto, el petróleo, y también el cambio climático, fenómeno que ha tenido consecuencias desastrosas por una ola mundial de sequías.
Desde comienzos de año los organismos internacionales se han caracterizado por sus severas advertencias en foros mundiales sobre los efectos sociales y políticos de las alzas. Entre esas voces vibró la del presidente del Banco Mundial, el estadounidense Robert Zoellick, que llamaba a los países del G-20, grupo formado por las principales economías del mundo, a colocar la alimentación entre sus prioridades. Lo que viene, según los estudios y previsiones del organismo multilateral, tiene matices oscuros: la tendencia alcista que ya se ha observado en materias primas como los minerales, se traspasará a los alimentos, por lo que será un año muy duro, dijo el alto funcionario, para los más pobres y aquellos en los límites de la desnutrición.
Un informe de este mismo organismo da una idea de la proporción de estas alzas durante los últimos meses. El maíz, la soya y el aceite de palma registraron aumentos de más de siete por ciento mensual durante el período septiembre-noviembre de 2010. Al tomar como referencia el año 2009, el precio internacional de los alimentos ha subido en promedio 30 por ciento y, en particular, los bienes agrícolas lo han hecho un 65 por ciento. Durante el mismo período, el precio de los metales y el petróleo han escalado en alrededor de un cien por ciento.
El alza en los precios de los alimentos no sólo hundirá en la pobreza y la desnutrición a decenas de millones de personas en los países más pobres, sino que creará una mayor inestabilidad social en un escenario ya de por sí muy inestable. Durante las alzas de 2008 hubo revueltas en varios países, entre ellos Haití y Filipinas, las que se repetirán casi con seguridad durante los próximos meses. Evo Morales ya enfrenta una situación delicada por el incremento de los precios de los alimentos, en tanto durante la última semana de febrero hubo masivas marchas en la India, empujadas por los mismo reclamos. La revolución en Oriente Medio tiene también un fuerte componente económico: no pocos analistas han atribuido el origen de las revueltas al malestar por la carestía de vida y las profundas desigualdades en la distribución de los ingresos.
Hay otro factor que ha impulsado al alza el precio de los granos. Es el uso de los alimentos para la obtención de biocombustibles. Durante los meses posteriores al crack de finales de 2008 hubo también una importante alza en el precio del petróleo, que derivó en la reactivación de varios proyectos de biocombustibles con su consecuente impacto en los precios de sus insumos. Un informe publicado en enero pasado por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos indicó que el inventario de maíz en el mundo cayó, el último mes, al punto más bajo en 15 años. Esto ocurre mientras la demanda del grano para elaborar biocombustibles y edulcorantes sigue en aumento. Ese mes, el inventario de maíz en Estados Unidos era apenas superior en cinco por ciento a la demanda del grano, el punto más bajo desde 1995. En 2005 el inventario superaba en 25 por ciento la demanda, de acuerdo con el Departamento de Agricultura.
Hace muy poco, Jacques Diouf, director general de la FAO, escribió sobre los motivos de la actual crisis alimentaria. “Ante todo tenemos la cuestión de la inversión: la participación de la agricultura en la asistencia oficial para el desarrollo (AOD) se redujo de 19 por ciento en 1980 a 3 por ciento en 2006, y ahora se sitúa en torno a 5 por ciento; debería alcanzar los 44 mil millones de dólares por año y volver al nivel inicial que permitió, en el decenio de 1970, evitar la hambruna en Asia y América Latina”.
El otro factor está relacionado con el comercio internacional de productos agrícolas, que no es ni libre ni justo. “Los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) proporcionan un apoyo equivalente a unos 365 mil millones de dólares anuales a sus agricultores, mientras que las subvenciones y protecciones arancelarias a favor de los biocombustibles tienen el efecto de desviar unos 120 millones de toneladas de cereales del consumo humano al sector del transporte. Las medidas sanitarias y fitosanitarias unilaterales, así como los obstáculos técnicos al comercio, suponen un freno para las exportaciones y, en particular, para los países en desarrollo”.
Por último, está la desmedida especulación por la liberalización de los mercados de futuro de productos agrícolas, en un contexto de crisis económica y financiera. “Estas nuevas condiciones han permitido la transformación de los instrumentos de arbitraje del riesgo en productos financieros especulativos que sustituyen a otras inversiones menos rentables”.
Los “motines del hambre”
Si suben los precios de las materias primas habría beneficiados, dicen los organismos económicos. El Banco Mundial habla de “oportunidades” para muchos de los países exportadores de materias primas, como es Chile, beneficiado principalmente por el aumento en el precio del cobre. Pero se trata de una moneda de dos caras muy dispares.
La última semana de febrero el ex ministro de Hacienda de Ricardo Lagos y actual funcionario del FMI, Nicolás Eyzaguirre, expuso en Washington su visión sobre la economía mundial y consideró de forma muy destacada este factor. La recuperación económica mundial será en múltiples velocidades, dijo. Una de las altas velocidades la gozará el mundo emergente. Asia, América del Sur y el Africa Subsahariana se han desacoplado de las economías desarrolladas, afirmó Eyzaguirre. Las economías que ahora son la locomotora del mundo, dijo, como China, son muy demandantes de materias primas, lo que ha dado un impulso muy grande a los países productores de commodities en el Africa Subsahariana y América del Sur. El caso del cobre chileno, hoy a más de cuatro dólares la libra, es una muestra evidente de este fenómeno.
El punto de vista del establishment económico mundial no considera otros aspectos básicos de la economía mundial, como es la propiedad de los medios de producción, ni las estructuras económicas y sociales de estos países emergentes. Porque los beneficios que obtienen las grandes mineras transnacionales, ya sea en Chile o en Zambia, no llegan al resto de la población. Chile tiene hoy un 20 por ciento de su población bajo la línea de la pobreza, en tanto en Zambia un 86 por ciento de sus habitantes vive en esa condición. En el otro extremo sí que hay beneficios: las empresas mineras privadas que operan en Chile, tanto nacionales como internacionales, obtuvieron utilidades por unos diez mil millones de dólares. Si hay oportunidades, como expresa el Banco Mundial, éstas están acotadas a las grandes corporaciones.
Hacia comienzos de febrero el director de la FAO, Jacques Diouf, alertó sobre posibles “motines de hambre” en distintas partes del mundo. La advertencia de Diouf no consideraba otra variable de aún mayor peso: la violenta escalada de los precios del petróleo, derivada de las revueltas en el norte de Africa y Medio Oriente. La tendencia que siguieron los precios de los alimentos en 2008 y 2009 estuvo directamente relacionada con la del petróleo. Durante las próximas semanas la combinación sequía-especulación-petróleo será una mezcla explosiva sobre un tejido social mundial a punto de reventar. La actual inestabilidad mundial, desde Oriente Medio a Atenas, desde los déficits estadounidenses y las políticas de recortes de las ayudas sociales a los trabajadores de la India, que viven con cuatro mil dólares al año, hará que la población mundial desde sus propias subjetividades a través de los trabajadores, desempleados, estudiantes, pensionados, se muestre dispuesta a salir a las calles y expresar su ira.
La última semana de febrero el ex ministro de Hacienda de Ricardo Lagos y actual funcionario del FMI, Nicolás Eyzaguirre, expuso en Washington su visión sobre la economía mundial y consideró de forma muy destacada este factor. La recuperación económica mundial será en múltiples velocidades, dijo. Una de las altas velocidades la gozará el mundo emergente. Asia, América del Sur y el Africa Subsahariana se han desacoplado de las economías desarrolladas, afirmó Eyzaguirre. Las economías que ahora son la locomotora del mundo, dijo, como China, son muy demandantes de materias primas, lo que ha dado un impulso muy grande a los países productores de commodities en el Africa Subsahariana y América del Sur. El caso del cobre chileno, hoy a más de cuatro dólares la libra, es una muestra evidente de este fenómeno.
El punto de vista del establishment económico mundial no considera otros aspectos básicos de la economía mundial, como es la propiedad de los medios de producción, ni las estructuras económicas y sociales de estos países emergentes. Porque los beneficios que obtienen las grandes mineras transnacionales, ya sea en Chile o en Zambia, no llegan al resto de la población. Chile tiene hoy un 20 por ciento de su población bajo la línea de la pobreza, en tanto en Zambia un 86 por ciento de sus habitantes vive en esa condición. En el otro extremo sí que hay beneficios: las empresas mineras privadas que operan en Chile, tanto nacionales como internacionales, obtuvieron utilidades por unos diez mil millones de dólares. Si hay oportunidades, como expresa el Banco Mundial, éstas están acotadas a las grandes corporaciones.
Hacia comienzos de febrero el director de la FAO, Jacques Diouf, alertó sobre posibles “motines de hambre” en distintas partes del mundo. La advertencia de Diouf no consideraba otra variable de aún mayor peso: la violenta escalada de los precios del petróleo, derivada de las revueltas en el norte de Africa y Medio Oriente. La tendencia que siguieron los precios de los alimentos en 2008 y 2009 estuvo directamente relacionada con la del petróleo. Durante las próximas semanas la combinación sequía-especulación-petróleo será una mezcla explosiva sobre un tejido social mundial a punto de reventar. La actual inestabilidad mundial, desde Oriente Medio a Atenas, desde los déficits estadounidenses y las políticas de recortes de las ayudas sociales a los trabajadores de la India, que viven con cuatro mil dólares al año, hará que la población mundial desde sus propias subjetividades a través de los trabajadores, desempleados, estudiantes, pensionados, se muestre dispuesta a salir a las calles y expresar su ira.
Chile, ¿otra vez “blindado”?
Chile, afirma con poca creatividad el establishment local, está otra vez blindado. Si hay un impacto en los precios de los alimentos, dicen, éste se expresará en unos tres meses más y será menor al de 2008. En declaraciones a La Tercera, una ejecutiva de la Sociedad Nacional de Agricultura (SNA) afirmaba en febrero que “es probable que estas alzas no se traspasen a nivel local de forma inmediata ni completamente, por varias razones. En el caso de los granos, las cosechas que están desarrollándose en este momento permiten cubrir unos seis a ocho meses del consumo interno, y se han pagado a precios más bajos que la paridad de importación”. Pero más adelante, deja abierta la duda. El traspaso de estas alzas a los precios internos dependerá de cuánto duren estas condiciones, dice, y de cómo sean las presiones internas de los precios de los combustibles.
Hacia la última semana de febrero el precio internacional del petróleo ya había rozado los máximos de 2008. El crudo de Texas había llegado a los cien dólares, en tanto el petróleo Brent del Mar del Norte a 114 dólares el barril. En julio del año pasado estaba en 73 dólares, lo que implica un alza superior al 50 por ciento en sólo siete meses. “Es la situación más parecida a la Guerra del Golfo, allá por 1990-1991. Si Libia y Argelia paralizan la producción de crudo de forma simultánea, los precios podrían dispararse por encima de los 220 dólares y las reservas de la OPEP podrían verse reducidas a los mismos niveles de aquellos años”, señalaba ese informe.
A diferencia de los alimentos, el aumento en el precio del petróleo ya ha comenzado a sentirse en la economía nacional, con crecientes impactos en diversos servicios y productos. De persistir el precio del crudo en cien dólares, estiman los economistas, la inflación de 2011 tenderá a subir para marcar a diciembre sobre el cuatro y aun cinco por ciento. Pero los impactos no son sólo en la macroeconomía: sectores como el transporte, o los mismos alimentos, registrarán fuertes presiones que se traspasarán a los consumidores.
Los recientes precios del petróleo han tenido efectos inmediatos en el diesel y las gasolinas. Para las primeras semanas de marzo se prevén .alzas de aproximadamente un diez por ciento en el precio de las gasolinas, advirtió Enap, lo que llevará al precio de los combustibles a rozar los 800 pesos por litro. Este cálculo no considera las variaciones en el precio del dólar, que durante finales de febrero registró una tendencia al alza, por lo que las gasolinas podrían elevarse aún más.
Al observar el aumento global de los precios de las materias primas y alimentos, los analistas internacionales han comenzado nuevamente a instalar en la agenda el concepto de “estanflación”, que es una mezcla de estancamiento económico e inflación. Los altos costos de los insumos, y en consecuencia de los productos finales, deprimen el consumo y las ventas, lo que impide la reactivación de la economía mundial, especialmente estancada en los países desarrollados. El alza internacional de los precios de materias tan sensibles para la vida humana como la energía y los alimentos, engarza con un clima social mundial y nacional de extrema sensibilidad ante estas variaciones. No sólo en Oriente Medio o el Magreb, sino también hace un par de meses en Magallanes, donde una multitud ciudadana organizada impidió el fin de los subsidios al gas decretado por el gobierno.
Con las próximas alzas en los precios es posible prever nuevos estallidos sociales en diversas partes del globo. Hace una semana Inmmanuel Wallerstein, sociólogo estadounidense de Izquierda, creador de la teoría del sistema-mundo y sus ciclos históricos, escribió tras la revolución en Egipto: “El debate en torno a una crisis civilizatoria tiene grandes implicaciones para el tipo de acción política que uno respalda, y el tipo de papel que los partidos de Izquierda en busca del poder del Estado jugarían en la transformación del mundo que está en discusión. Esto no se resolverá con facilidad. Pero es un debate crucial de la década siguiente. Si la Izquierda no puede resolver sus diferencias sobre este asunto crucial, entonces el colapso de la economía-mundo capitalista podría conducir al triunfo de la derecha mundial y a la construcción de un sistema-mundo peor del que existe ahora.
Hasta el momento, todos los ojos están puestos en el mundo árabe y en el grado en que los heroicos esfuerzos del pueblo egipcio podrán transformar la política por todo el mundo árabe. Pero las brasas para tales levantamientos existen en todas partes, aun en las regiones más ricas del mundo. Por el momento, tenemos justificado ser semioptimistas”.
Hacia la última semana de febrero el precio internacional del petróleo ya había rozado los máximos de 2008. El crudo de Texas había llegado a los cien dólares, en tanto el petróleo Brent del Mar del Norte a 114 dólares el barril. En julio del año pasado estaba en 73 dólares, lo que implica un alza superior al 50 por ciento en sólo siete meses. “Es la situación más parecida a la Guerra del Golfo, allá por 1990-1991. Si Libia y Argelia paralizan la producción de crudo de forma simultánea, los precios podrían dispararse por encima de los 220 dólares y las reservas de la OPEP podrían verse reducidas a los mismos niveles de aquellos años”, señalaba ese informe.
A diferencia de los alimentos, el aumento en el precio del petróleo ya ha comenzado a sentirse en la economía nacional, con crecientes impactos en diversos servicios y productos. De persistir el precio del crudo en cien dólares, estiman los economistas, la inflación de 2011 tenderá a subir para marcar a diciembre sobre el cuatro y aun cinco por ciento. Pero los impactos no son sólo en la macroeconomía: sectores como el transporte, o los mismos alimentos, registrarán fuertes presiones que se traspasarán a los consumidores.
Los recientes precios del petróleo han tenido efectos inmediatos en el diesel y las gasolinas. Para las primeras semanas de marzo se prevén .alzas de aproximadamente un diez por ciento en el precio de las gasolinas, advirtió Enap, lo que llevará al precio de los combustibles a rozar los 800 pesos por litro. Este cálculo no considera las variaciones en el precio del dólar, que durante finales de febrero registró una tendencia al alza, por lo que las gasolinas podrían elevarse aún más.
Al observar el aumento global de los precios de las materias primas y alimentos, los analistas internacionales han comenzado nuevamente a instalar en la agenda el concepto de “estanflación”, que es una mezcla de estancamiento económico e inflación. Los altos costos de los insumos, y en consecuencia de los productos finales, deprimen el consumo y las ventas, lo que impide la reactivación de la economía mundial, especialmente estancada en los países desarrollados. El alza internacional de los precios de materias tan sensibles para la vida humana como la energía y los alimentos, engarza con un clima social mundial y nacional de extrema sensibilidad ante estas variaciones. No sólo en Oriente Medio o el Magreb, sino también hace un par de meses en Magallanes, donde una multitud ciudadana organizada impidió el fin de los subsidios al gas decretado por el gobierno.
Con las próximas alzas en los precios es posible prever nuevos estallidos sociales en diversas partes del globo. Hace una semana Inmmanuel Wallerstein, sociólogo estadounidense de Izquierda, creador de la teoría del sistema-mundo y sus ciclos históricos, escribió tras la revolución en Egipto: “El debate en torno a una crisis civilizatoria tiene grandes implicaciones para el tipo de acción política que uno respalda, y el tipo de papel que los partidos de Izquierda en busca del poder del Estado jugarían en la transformación del mundo que está en discusión. Esto no se resolverá con facilidad. Pero es un debate crucial de la década siguiente. Si la Izquierda no puede resolver sus diferencias sobre este asunto crucial, entonces el colapso de la economía-mundo capitalista podría conducir al triunfo de la derecha mundial y a la construcción de un sistema-mundo peor del que existe ahora.
Hasta el momento, todos los ojos están puestos en el mundo árabe y en el grado en que los heroicos esfuerzos del pueblo egipcio podrán transformar la política por todo el mundo árabe. Pero las brasas para tales levantamientos existen en todas partes, aun en las regiones más ricas del mundo. Por el momento, tenemos justificado ser semioptimistas”.
PAUL WALDER
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 728, 4 de marzo, 2011)
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