Errores de interpretación sobre la evolución de Estados Unidos

 Thierry Meyssan

En esta continuación de nuestro análisis de los errores de interpretación sobre los actos de la administración Trump, abordamos el cierre de numerosas agencias federales, la razón por la que esta administración se plantea deportar a los palestinos y su enfoque sobre la guerra en Ucrania.

Este artículo da continuación al titulado «Errores de interpretación sobre la evolución de Estados Unidos (1/2)», por Thierry Meyssan, publicado el 28 de enero de 2025.



En 1833, en aplicación de la “Indian Removal Act”, los “pieles rojas” de la Nación Cherokee dejaban sus tierras ancestrales, –al este del río Misisipi, en el sur de Estados Unidos– en manos de los colonos de origen europeo para ir a instalarse al oeste del Misisipi. Entre 4 000 y 8 000 miembros de la Nación Cherokee murieron de frío, hambre o fatiga extrema durante aquel desplazamiento de población, que pasó a la historia como el “Sendero de Lágrimas”. Los cherokee de hoy son el único pueblo originario de Norteamérica que aún conserva una parte considerable de su cultura. Aquella deportación masiva inspira la visión del presidente estadounidense Donald Trump sobre cómo resolver el conflicto israelo-palestino.

El regreso del sudismo


Estados Unidos fue simultáneamente sudista y federalista. Dado el hecho que los sudistas fueron derrotados en la Guerra de Secesión, los vencedores federalistas impusieron el mito de que aquel conflicto interno estadounidense había sido una guerra entre esclavistas y abolicionistas.

En realidad, al principio de la Guerra de Secesión ambos bandos eran esclavistas… y al final los dos bandos eran abolicionistas. Pero la Guerra de Secesión fue en realidad una guerra por el control de las aduanas, por determinar si las aduanas iban a depender de las autoridades locales de cada Estado o si estarían bajo el control del Estado federal, o sea del gobierno central con sede en Washington.

Los jacksonianos, precursores de los sudistas, querían un “Estado federal mínimo”, y pusieron numerosas competencias en manos de los diferentes Estados. Eso fue lo que hizo Donald Trump durante su primer mandato, cuando apoyó que el tema del aborto pasara del Estado federal a las autoridades locales de los diferentes Estados. A título personal, el propio Trump no parece tener una opinión definida sobre la cuestión del aborto. Su adversaria en la última elección presidencial, Kamala Harris, dejándose llevar por su propia ideología woke, presentó injustamente a Trump como un “reaccionario”… en un país donde sólo la mitad de los Estados federados respetan los derechos de las mujeres y autorizan la interrupción voluntaria del embarazo. Esa fue una de las principales causas del fracaso de Kamala Harris.

Cuando Donald Trump anunció la creación de un Department of Government Efficiency (DOGE o Departamento de la Eficiencia Gubernamental), es porque quiere poner fin a un sistema de gobierno en el que una administración federal decide, desde Washington, cómo debe vivir cada estadounidense, aunque ese ciudadano resida a 2 500 kilómetros de Washington y en condiciones muy diferentes a las de la capital federal. Es cierto que puso esa tarea en manos de un libertariano, Elon Musk, pero el objetivo de Trump no es reducir la cantidad de empleados del Estado federal basándose sólo en el liberalismo que promovía el difunto presidente Ronald Reagan. Trump plantea la disolución de numerosas agencias federales no porque cuesten caro sino porque las considera ilegítimas.

El debate entre sudistas y nordistas, entre confederados y federalistas, recuerda en ciertos aspectos el que surgió durante la Revolución Francesa entre los diputados llamados “de la montaña” o “montañeses” (en francés, “montagnards”), y los diputados que eran designados como “la llanura” o “el pantano” (en francés, “le marais”). también llamados “girondinos” en referencia a la región de francesa de Gironda. Pero, en el caso de Estados Unidos, la historia de los Estados federados era breve, mientras que las diferentes regiones de Francia contaban cada una con un milenio de historia feudal y extender los poderes de las regiones reduciendo los de París siempre fue visto por los parisinos como una manera de rehabilitar el feudalismo.

El expansionismo estadounidense

Estados Unidos, que en el momento de su creación sólo contaba 13 Estados, se compone hoy de 50 Estados federados, un distrito federal y 6 territorios. Desde un punto de vista estadounidense (que tampoco tiene nada que ver con Donald Trump), los Estados federados no han completado su crecimiento. Desde los años 1930, los Estados de la Unión estadounidense aspiran a absorber todo el territorio de la plataforma continental norteamericana, lo cual incluye no sólo Canadá, sino también Groenlandia, Islandia e incluso Irlanda, además de México, Guatemala, Nicaragua, Costa Rica y Panamá, sin olvidar todo el Caribe [1].

Visto desde ese punto de vista estadounidense, cuya existencia no se debe a Donald Trump, no es extraño que Trump anunciara en su discurso de investidura que su país en lo adelante denominará el Golfo de México como “Golfo de América” –unas horas después, firmó un decreto (Executive Order) en ese sentido. No debemos olvidar, por cierto, que los estadounidenses se refieren a sí mismos como “americanos”, y que se refieren a su país llamándolo “América”, lo cual no es originalmente una referencia geográfica sino una referencia al nombre del colonizador Américo Vespucio.

Finalmente, a pesar de que ya había mencionado el asunto, Donald Trump no anunció anexiones de Canadá, Groenlandia o del Canal de Panamá sino la colonización del planeta Marte.

Hay que aclarar que, a pesar de lo que se dijo en la prensa europea, Donald Trump nunca habló de conquistar la plataforma continental norteamericana recurriendo a la fuerza militar, aunque mencionó un eventual desarrollo de bases militares en Groenlandia. Como seguidor de las ideas del 7º presidente de Estados Unidos, Andrew Jackson, Donald Trump prefiere comprar esos territorios, incluso parece que está “negociando” con Dinamarca, de manera ciertamente agresiva, la cesión de Groenlandia a Estados Unidos a cambio de un compromiso estadounidense en materia de defensa.

Nótese igualmente que la administración Trump reitera sus amenazas contra Cuba –históricamente Estados Unidos siempre ha mostrado una ambición colonial hacia Cuba– pero no hacia Venezuela, país situado fuera de la plataforma continental norteamericana. Sin embargo, tanto Cuba como Venezuela son designados como países «comunistas» y la administración Trump dice tratarlos de la misma manera.

Teniendo en cuenta la proximidad ideológica entre los dos “pueblos elegidos”, la administración Trump aborda la cuestión de Israel como si los palestinos fuesen los “indios” que atacan diligencias en las películas de vaqueros. En su época, el presidente Andrew Jackson decidió poner fin al conflicto con los “pieles rojas” –los pueblos originarios o “amerindios”– negociando tratados con las diferentes tribus. Fueron muy pocos los tratados que llegaron a aplicarse, pero el gran “éxito” de Jackson fue con el pueblo cherokee (o cheroqui), que fue “reubicado” al sur del río Misisipi. A pesar del sangriento episodio del “Sendero de Lágrimas”, los cherokee fueron la única población amerindia que se plegó totalmente a aquellos acuerdos. Hoy en día, los cherokee son el único pueblo originario que logró sobrevivir preservando parte de su cultura. Los cherokee de hoy prácticamente viven de un imperio de casinos instalados en sus territorios. Pero la aplicación de aquel método jacksoniano a los palestinos no puede funcionar ya que el pueblo cherokee no se ve a sí mismo como “propietario” de la “Madre Tierra” (los cherokee siguen sintiéndose cherokee donde quiera que estén). Al contrario de los cherokee, los palestinos sienten apego por su tierra y perciben que su cultura perecerá con ellos si pierden esa tierra.

Sustituir la guerra por el comercio

La sustitución de la guerra por el comercio es el último punto importante para los jacksonianos. Donald Trump piensa que la mayoría de las guerras son masacres inútiles, que las guerras son sólo una manera de manipular a las masas para alcanzar objetivos inconfesables. Según su visión, si las guerras suelen ser finalmente originadas por cuestiones de dinero, hay que sustituir las guerras por el comercio.

En muchos casos, ese principio suele funcionar. Pero también hay guerras que surgen por motivos muy complejos, que nada tienen que ver con objetivos comerciales. En esos casos, el “jacksonianismo” no funciona.

Y en ese caso se halla la guerra en Ucrania. Quien parte del principio que Rusia sólo quiere anexar Ucrania, puede pensar que sólo basta negociar para darle a Rusia al menos algo que satisfaga su apetito. Pero si Moscú desea sinceramente finiquitar el pasivo de la «Gran Guerra Patria» –en otras palabras, solucionar definitivamente los problemas no resueltos durante la «Segunda Guerra Mundial»–, o sea vencer a los nazis y a los nacionalistas integristas (los «banderistas») que han logrado llegar al poder en Ucrania, entonces una simple negociación comercial no bastará para detener el conflicto.

Ahí reside el “talón de Aquiles” de la administración Trump. El móvil de la guerra en Ucrania no es económico, aunque eso es lo que repiten los políticos occidentales. Moscú exige seriamente la desnazificación de Ucrania. Estados Unidos tendrá que aceptar esa realidad, o asumir la posibilidad de un gravísimo enfrentamiento.

Si Estados Unidos reconociese el reclamo ruso, todavía habría que enfrentar un segundo problema. Rusia es un territorio inmenso. En aras de garantizar la seguridad de sus 20 000 kilómetros de fronteras, Moscú exige tradicionalmente que sus vecinos sean neutrales. Ahí reside el malentendido sobre la OTAN: Rusia reconoce, en la Declaración de Estambul de 2003, el derecho de cada país a ser miembro de una coalición militar, pero rechaza que esa adhesión abra el camino al despliegue de armas de un tercer país en los territorios de sus vecinos. Y es totalmente cierto que, en tiempos del presidente ruso Boris Yeltsin y pese a las repetidas advertencias rusas, los gobiernos estadounidenses forzaron la incorporación a la OTAN de los diferentes Estados postsoviéticos… menos Rusia, que también quiso convertirse en miembro de esa alianza.

No hay ninguna razón que motive los jacksonianos a continuar la ampliación de la OTAN. Pero renunciar a ella supondría abandonar la política expansionista de los partidos republicano y demócrata… y concentrarse en el principio jacksoniano de la conquista de la plataforma continental norteamericana.

Para Donald Trump, es evidente que Estados Unidos no tiene ninguna razón que justifique su implicación en el conflicto de Ucrania, así que su intención es poner fin a la guerra mediante la eliminación de toda subvención al régimen de Kiev. La Unión Europea ve en esa política de Trump una invitación a asumir el peso de la guerra en lugar de Estados Unidos. pero esa interpretación también es errónea: la Unión Europea sólo existe por voluntad de Washington y si se implica en Ucrania sin que Washington se lo pida, la UE no logrará otra cosa que acelerar su propia disolución.

En cuanto a la guerra comercial, los no estadounidenses vieron con desagrado el uso que el presidente Donald Trump da a los aranceles. Los no estadounidenses piensan que ese tipo de impuesto sólo tiene sentido cuando se trata de proteger algún sector económico, pero para los jacksonianos la imposición de aranceles es también un arma política.

Por ejemplo, Donald Trump impuso a los productos colombianos un arancel de 25% y anunció que en una semana lo elevaría al 50% si el gobierno de Colombia seguía negándose a aceptar la expulsión de los migrantes colombianos ilegales que Estados Unidos quería devolver a ese país. La medida estuvo en vigor sólo unas horas, ya que el mismo Trump la anuló cuando el gobierno colombiano se plegó a recibir los deportados.

Trump hace ahora lo mismo cuando impone a Canadá y a México un arancel de 20% y de 10% para China. Tampoco alega en esos casos argumentos económicos sino de naturaleza política, considera que China vende a los cárteles del narcotráfico los compuestos químicos necesarios para la producción de drogas y que México y Canadá permiten el tráfico hacia Estados Unidos.

El caso de la Unión Europea es diferente. La administración Trump quiere reequilibrar la balanza comercial y podría imponer aranceles de 10%, pero sólo para ciertos productos. Se trata en ese caso de un uso convencional de los aranceles… aunque es difícil ver cómo podría Washington conciliar esas medidas con los compromisos que contrajo al incorporarse a la Organización Mundial del Comercio (OMC).

https://www.voltairenet.org/article221765.html

Comentarios

Entradas populares