El mito del terrorismo: un desafío al sentido común

El mito del terrorismo: un desafío al sentido común

"Casi con toda seguridad, las bombas cohete que caían diariamente sobre Londres eran lanzadas por el mismo gobierno sólo para que la gente estuviera siempre asustada" (G. Orwell, 1984, parte II, Cap. V)

Cada vez que tiene lugar un atentado terrorista, como los ataques contra la redacción de la publicación francesa Charlie Hebdo o los más recientes de Túnez, investigadores y activistas independientes se lanzan (nos lanzamos) inmediatamente a recopilar información para tratar de analizar a fondo los sucesos y para encontrar las mil y una incongruencias de la "versión oficial" de los hechos, todo con el fin de demostrar al mayor número de personas posible que el acto terrorista de turno no es más que otro montaje del propio sistema.

Esta labor requiere un enorme esfuerzo y desgaste por parte de dichos investigadores y activistas, pues, además de exigirles muchas horas de lectura y reflexión, resulta terriblemente frustrante comprobar que la inmensa mayoría de las personas a las que nos dirigimos se niega aceptar lo evidente: por ejemplo, en el caso del 11-S, la imposibilidad de que tres colosos de acero y hormigón pudieran desplomarse por el mero hecho de que dos aviones de aluminio chocarán contra dos de las torres; de que el Pentágono, el edificio más protegido del planeta, pudiera ser atacado por un simple avión comercial; o, en el caso del 11-M, que una panda de delincuentes comunes y confidentes de la policía, sin experiencia previa en acciones terroristas, pudiera perpetrar el mayor atentado terrorista de la historia sobre suelo europeo.

Creo que, más allá de estos y otros muchos detalles, existen dos evidencias lógicas que están al alcance de todos, y que para descubrirlas no se precisa de ningún tipo de investigación especial, tan sólo de un mínimo de sentido común. Si después de presentar a una persona estas evidencias, no es capaz de, como mínimo, sospechar sobre la implicación del propio sistema en el acto terrorista correspondiente, por más detalles y pruebas concretas que se le presenten, jamás lo hará, más que nada porque ya no estaríamos hablando de una cuestión de desconocimiento, sino de no querer aceptar la realidad tal y como es; probablemente, porque si lo hiciera, ello le llevaría a cuestionarse el sistema sobre el cual ha venido construyendo, desde hace tiempo, su particular castillo de arena (el coche más potente del mercado, su chalet a las afueras o todos esos viajes organizados a exóticos lugares), y, entonces, ¿cómo podría seguir durmiendo por las noches?

Estas dos sencillas evidencias de las que hablo son dos simples razonamientos lógicos, fácilmente comprensibles hasta para la más obtusa de las mentes.

En primer lugar, ¿por qué, si el terrorismo es supuestamente tan perjudicial para el sistema como nos dicen que es, tras cada acción de este tipo, los medios de comunicación, los políticos y todo tipo de autoridades sistémicas se pasan (como se pasan) días, semanas y meses enteros hablando durante horas y horas de él?, ¿por qué estas mismas autoridades, que dicen combatir al terrorismo con todos los medios a su alcance, no tienen el más mínimo reparo en amplificar los efectos (de pánico y miedo) que estas acciones provocan entre su propia población a través de una campaña propagandística totalmente gratuita y perfectamente diseñada para los intereses de los terroristas?, ¿es que dichas autoridades son imbéciles? Dudo mucho que así sea, pues, si realmente lo fueran, sería imposible que hubieran podido llegar hasta donde han llegado.

En segundo lugar, ¿por qué, si las consecuencias finales de los actos terroristas acaban yendo siempre en contra de las personas que los terroristas pretenden defender (excusa para justificar invasiones imperialistas o para incrementar el control y la represión policial sobre la población)?, ¿porqué, si después de tantos años de experiencia que demuestran sobradamente que los más beneficiados por las acciones perpetradas por los terroristas terminan siendo aquellos que éstos dicen combatir (más teniendo en cuenta cómo el 11-S fue utilizado por el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica para justificar su política imperialista)? ¿por qué, pregunto, los terroristas se empeñan en seguir usando una estrategia tan nefasta para sus objetivos? No me puedo creer que sean tan listos para unas cosas y tan tontos para otras.

Es decir, por un lado tenemos unos gobiernos que facilitan la labor de los terroristas y, por otro, unos terroristas que facilitan la labor de los gobiernos. Sólo puede haber una explicación para este absurdo: que unos y otros sean la misma cosa. Pura lógica aristotélica.

Hace unos días, empleé estos dos mismos razonamientos con un antiguo amigo para demostrarle la implicación del propio sistema en el fenómeno terrorista. Después de un intenso debate, mi amigo me acabó diciendo: - Lo siento mucho, pero no puedo creer que esto pueda ser como tú dices-. Aquí choqué con un muro infranqueable, el de sus creencias irracionales. Mi amigo (igual que otras muchas personas) no podía rebatir mis argumentos con otros argumentos racionales, tan sólo podía enfrentarse a ellos mediante un acto de fe.

Hoy en día, resulta casi más difícil que el votante típico acepte la perversidad de la naturaleza del Estado que una persona profundamente religiosa pueda aceptar la perversidad de la idea de Dios. La mayor parte de la gente no está dispuesta a admitir ningún tipo de evidencia en este sentido, pues ello constituiría, para aquel que lo hiciera, toparse de frente con un profundo conflicto existencial que le impediría (o dificultaría) funcionar socialmente como hasta ahora lo había venido haciendo. Un riesgo que muy pocos están dispuestos a correr por todo lo que ello puede implicar a corto plazo. Por otra parte, tampoco creo que sea bueno para nadie, a la larga, volverse idiota de forma voluntaria.

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