América Latina entre Estados Unidos y China
Alfredo Toro Hardy es diplomático retirado, académico y autor venezolano
2022-06-05
Desde los albores de su vida independiente, Estados Unidos fijó su atenciónen América Latina como espacio natural de proyección e influencia. De acuerdo a Brian Loveman: “En 1786 Thomas Jefferson se preocupaba de que España resultase demasiado débil para preservar sus colonias hasta que ‘nuestra población resulte lo suficientemente avanzada para absorberlas una por una’ (…) Seis años más tarde Alexander Hamilton aconsejaba: ‘Junto a protegernos frente a posibles invasiones, debemos mirar hacia la posesión de Florida y Luisiana y, desde luego, posar nuestra mirada sobre América del Sur’” (“U.S. Foreign Policy towards Latin America in the 19th Century”, Oxford Research Encyclopaedia of Latin American History, July 2016). Independientemente de que dichas afirmaciones requerían de mucha seguridad en las propias capacidades, en momentos en que Filadelfia tenía 28.000 habitantes y Ciudad de México 137.000, ellas trazaban el rumbo a seguir.
Este mismo sentido de seguridad en sí mismos quedó de manifiesto en 1823, cuando el Presidente James Monroe advirtió a las todo poderosas potencias europeas que el continente americano era territorio vedado a sus apetitos imperiales. En palabras de Henry Kissinger: “De manera inmensamente audaz, ello advertía a las potencias europeas que la nueva nación estaba dispuesta a ir a la guerra para preservar la inviolabilidad del hemisferio Occidental (…) Ello implicaba volver la espalda a Europa y liberar sus manos para expandirse por el continente” (Diplomacy, New York: Simon & Schuster, 1994, p.p. 35, 36).
Esta expansión encontró su primera expresión real en 1845, cuando manipulando la independencia de los colonos tejanos frente a México, el Presidente James Polk declaró la guerra a México. De acuerdo al General Ulysses Grant “esta fue una de las guerras más injustas jamás libradas por una nación más fuerte contra otra más débil” (Citado por Niall Ferguson, Colossus, London: Allen Lane, 2004, p. 39). Como resultado de la misma, Estados Unidos agrandó considerablemente su territorio, reduciendo a la mitad el de México. El año de 1898 permitiría un paso más en esta misma dirección, cuando declarando otra guerra injusta contra un país más débil, en este caso España, Washington se haría con la posesión de Puerto Rico y establecería un protectorado en Cuba. Apenas cuatro años más tarde, ya bajo Teodoro Roosevelt, Estados Unidos propiciaría la secesión de Panamá de Colombia y obtendría del primero la cesión a perpetuidad de la zona colindante del canal interoceánico que allí construiría (lo cual afortunadamente sería renegociado en tiempos de Carter).
De hecho, según señala Henry Kissinger, una de las dos razones fundamentales que impidió que Washington aceptara formar parte de la Liga de las Naciones, tras la Primera Guerra Mundial, fue que ello coludiría con su firme control sobre América Latina (obra citada, p. 372). En efecto, esto hubiese puesto en serios aprietos a Estados Unidos quien, desde 1903 y por las siguientes tres décadas, invadió en 34 ocasiones a diversos países de la Cuenca de Caribe para imponer en ellos su voluntad. Ya en tiempos de la Guerra Fría las invasiones (salvo la de Grenada), pasarían de moda. En su lugar, la disidencia o la demasiada independencia, serían castigadas a través de los golpes de Estado propiciados por la CIA, los cuales comenzaron con Jacobo Árbenz en Guatemala en 1954. No obstante, recién finalizada la Guerra Fía, la primera acción de Washington en la región sería la invasión a Panamá. Ello bajo el expediente de la lucha contra el narcotráfico, que conjuntamente con la búsqueda de la integración económica hemisférica bajo su égida, constituiría los dos pilares fundamentales de su política hacia América Latina por las próximas décadas.
Incomprensible, de cara a la historia previa, a comienzos de milenio Estados Unidos observó pasivamente como China saltaba la cerca de su patio trasero para posicionarse a sus anchas dentro de él. Sin represalias o quejas abiertas, Washington se cruzó de brazos mientras China llegaba a convertirse en el primer socio comercial de América del Sur y el segundo del resto de la región, así como una vital fuente de financiamiento para ésta. Más significativo aún, el relanzamiento económico latinoamericano traído por el comercio chino y su apetito por las materias primas, se tradujo en un margen inédito de maniobra política para sus países. Sobre esta base pudo sustentarse el fuerte viraje hacia la izquierda evidenciado por la región, el cual puso fin a la expansión de los acuerdos de libre comercio propiciados y liderados por Washington. Concomitante a lo anterior, Pekín presionó a los países latinoamericanos que aún reconocían a Taiwán para que cortaran sus vínculos con aquel. Ahora, Pekín se prepara a integrar a América Latina dentro de la esfera de infraestructuras y conectividad de su “Ruta y el Camino”.
Dos razones pudiesen explicar la pasividad estadounidense frente a la arremetida china. La primera, el que su atención se hubiese volcado hacia la lucha contra el terrorismo. La segunda, el impacto traído por la globalización sobre las más diversas áreas de las relaciones internacionales. De ambas la última luce cómo la más plausible, pues desde los tiempos de la Primera Guerra Mundial no faltaron temas que condujesen a que la atención prioritaria de Washington se dirigiese hacia otras latitudes. Más aún, el viraje sufrido en la región dio pie a que Hezbolá penetrase ciertos espacios dentro de la misma. La fuerza expansiva de la globalización, en tiempos en que aquella encontraba su mayor sustento en “Chimérica” (la estrecha complementariedad económica entre China y Estados Unidos), se presenta pues como la causa más probable de esta pasividad.
Sin embargo, la idea de “Chimérica” ha sido sustituida por el emerger de una Guerra Fría entre ambos países, al tiempo que la globalización se opaca ante la consolidación de una era de rivalidad mayor entre las superpotencias. Ello no sólo comienza a aparejar un desacoplamiento de esferas económicas, con Estados Unidos y China empujando en distintas direcciones, sino que está propiciando el regreso a Estados Unidos de los procesos fabriles que fueron externalizados a Asia del Este. En lo sucesivo, Washington y Pekín no sólo competirán por el predominio militar, geopolítico y tecnológico, sino por el control de mercados, espacios para la implantación de sus tecnologías y fuentes de materias primas.
¿Podrá Washington seguir resultando pasivo frente a la penetración y expansión de China en su propio hemisferio? ¿Estará dispuesto Washington a permitir que América Latina se integre a una esfera de interconectividad que tiene su epicentro en Pekín? ¿Permitirá que la región se vuelque hacia las tecnologías y las corporaciones chinas y que sus reservorios de materia primas sigan coadyuvando al crecimiento económico de ese país? Cierto que hace cuatro años Trump se negó a asistir a la Cumbre de las Américas, dando con ello muestra palpable de su menosprecio hacia América Latina. Desde entonces cabría añadir no sólo los tiempos han cambiado, sino que Trump mostró igual displicencia hacia Europa y la OTAN. No obstante, a pesar del excedente doméstico en vacunas contra el Covid 19, la administración Biden dejó que China y Rusia le tomaran la delantera en la región, pareciendo dejar de manifiesto la baja prioridad que asignaba a ésta. Resultaría difícil suponer, sin embargo, que Estados Unidos estuviese dispuesto a cruzarse de brazos frente a la absorción económica y tecnológica de buena parte de su hemisferio por parte su mayor competidor estratégico. Si toda la historia comprendida entre la fundación de Estados Unidos y la llegada del nuevo milenio sirviesen de guía, ello resultaría un contrasentido. Ahora bien, si la historia aún determinase un sentido de propósito, cabría esperar que una intensa rivalidad con manifestaciones en todos los órdenes se instale en la vida de la región en las décadas por venir.
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